Wednesday, November 21, 2007

Sobre tajos y atajos

(comentario sobre una mirada acaso ingenua respecto de las cirujías plásticas)




"Las mujeres que se implantan prótesis mamarias presentan un riesgo tres veces mayor de cometer suicidio que aquellas que no recurren a esa intervención".

Una investigación del Centro Médico Universitario de Utrech, en Holanda, de reciente publicación (1), así lo sostiene. Bastó con que encontrasen cierta cantidad de casos de suicidios entre las mujeres que se han sometido a cirujías y luego comparasen esa proporción con la existente entre mujeres no operadas. ¿Pero qué tipo de relación puede establecerse entre una cirujía estética y un posterior suicidio?. ¿Cómo pensar esta relación sin caer en lecturas disparatadas?. Sean cuales sean las respuestas, no caben dudas de que semejante trazado ha puesto en el tapete una cuestión ética que un artículo periodístico en el que se comenta el informe médico arriba citado, se plantea en estos términos: "¿cabe aceptarse un pedido de cirugía estética sin evaluar sus motivaciones psicológicas y las expectativas que el consultante ha depositado en el cambio de imagen corporal con el que convivirá tras la intervención?".


La presente reflexión pondrá el foco en ciertas opiniones profesionales suscitadas por este planteo. Es interesante lo que ellas develan: un modo de pensar el problema de la imagen corporal y la insatisfacción anímica supuestamente ligada a ella. ¿Por qué esta reflexión?. Porque en tales opiniones se recorta un modo de abordaje desde la cirujía y desde ciertos enfoques psicológicos que resultan en sí un nuevo problema más que una solución para el malestar del paciente consultante.





Esta opiniones afirman, y coincido, ¿cómo no hacerlo?, que el cirujano plástico debería no tener "el sí fácil" ante una persona que llega a verlo impulsada por la necesidad de verse diferente ante el espejo (el espejo de vidrio o el que a cada uno se nos arma una y otra vez cuando sentimos que el otro nos está evaluando con su mirada). En esta línea, un renombrado cirujano de Buenos Aires recordaba el caso de una joven que acudió a su consultorio con la idea de colocarse un implante tres veces mayor que lo normal: "ante mi negativa siguió insistiendo, hasta que finalmente me confesó que su matrimonio peligraba si no se realizaba el implante. Si depende del tamaño de sus senos, le dije, su matrimonio ya está acabado".


En estos enfoques se puede observar el entrecruzamiento de dos planos que conviene diferenciar:

1) un plano, el de los límites orgánicos que tiene cada cuerpo para soportar un intento de transformación (por vía de bisturí o por vía de cualquier otro tipo de tratamiento) sin descompensarse fisiológicamente

2) otro plano, llamémosle de un modo grueso: el psíquico. Allí donde se suele ubicar el sentimiento de malestar que tiene la persona al verse como se ve.



Cuando los intentos de transformación corporal transgreden los límites orgánicos y ponen en riesgo el equilibrio fisiológico, la respuesta al pedido del paciente se visualiza negro sobre blanco: "no". Tomemos por caso la situación recién citada del implante mamario por "razones matrimoniales". La situación reviste la misma lógica que, por ejemplo, el caso de una mujer que midiendo 1,50 m y pesando 45 kg, pide que se la ayude a adelgazar varios kilos porque se ve "insoportablemente gorda". Ante el riesgo de un cuerpo desequilibrándose, dejando de funcionar normalmente, no parece haber mucho margen para el debate respecto de cuál debiera ser la respuesta de un profesional responsable. Independientemente de si él acuerda o no con el modo que tiene el paciente de percibir su imagen corporal.

Pero las cosas se vuelven menos nítidas cuando no hay en lo orgánico una razón para decir que no. Supongamos que aquella mujer no quiera tres veces el volumen standard sino que se contente con un incremento mucho menor o que la mujer que quiere adelgazar no pese 45kg sino 70 kg: ¿por qué un profesional no habría de decirle que sí a una cirujía o al tratamiento que corresponda para concretar el cambio de imagen?. Si el paciente lo pide y el cuerpo soporta, ¿por qué no dar lo que pide?. Es en este punto donde el enfoque en cuestión plantea una variable que se instala en el plano psíquico: convendría evaluar de algún modo el malestar anímico aparentemente originado en el tamaño de una nariz o de un par de nalgas.
Pero... ¿cómo y qué evaluar?.



"¿Qué ves?, ¿qué ves cuando me ves?"


La experiencia clínica indica que a nivel de la imagen corporal el malestar siempre está al acecho. Sentimientos de insatisfacción, de insuficiencia, de inestabilidad, de fragilidad, aparecen una y otra vez en distintas personas. También indica la experiencia que hay muchos abordajes de estos malestares psíquicos que naufragan porque en su tratamiento el terapeuta no puede evitar enredarse con el espejo. Tampoco logra escapar de la quimera de apagar fuego con nafta.

¿A qué me refiero?. Se suele escuchar en presentaciones clínicas referencias de terapeutas como las siguientes: "la paciente se queja pero verdaderamente no está gorda" o "realmente no es narigona". Estas expresiones se sostienen en una concepción de base implícita: habría una realidad objetiva a la hora de evaluar la imagen que el paciente tiene de su propio cuerpo. A tal punto que se torna una meta terapéutica (a veces sin que el mismo profesional lo sepa concientemente) el hecho de llevar al paciente a reconocer "la realidad" de cómo es su cuerpo, corrigiendo su percepción "errónea" ante esa verdad objetiva.


Algo de esta lógica acaso esté anidando, por ejemplo, en la afirmación que hace un médico psiquiatra en relación a este tema en el artículo periodístico en cuestión. El profesional, refiriéndose a cierto cuadro de fobia, dice allí: "las personas tienen la convicción de que algo en su cuerpo es disarmónico; están convencidas de ello y lo ven así, aunque no sea real" (el resaltado, claro, no pertenece al médico).



Cuando el terapeuta se enrreda evaluando la "realidad-realmente-real-y-objetiva" termina convirtiéndose en parte del espejo social


(lo normal, lo no tan normal, etc., etc.).




Estamos allí a un paso de conclusiones del tipo:


"y, sí, está muy gorda, es como para que se sienta mal con su físico"


o su contraria complementaria:


"no, tan gorda no está, ¿cuál es el problema?"


(obsérvese lo que esto implica:


el terapeuta ya sabe qué connotación tiene el "estar gordo/a" para cada quién).




A un paso también se ubica de querer "hacerle ver" al paciente que está errado, que realmente no se encuentra gordo.




Baste hacer esa experiencia y tarde o temprano se verificará que lo máximo que se obtendrá, en el menos peor de los casos, es una aceptación de la "realidad" que el terapeuta le "ayuda" a ver pero... el malestar reaparecerá intacto o fortificado, ligado ahora a otro "problema".


Lo que se llama girar en redondo.


O perderse en laberintos. De espejos.



"Ese de allí soy yo... aunque esté aquí"


Esta frase paradójica bien pinta la experiencia de enfrentarse al espejo. Para los "adultos", de tan habitual se nos vuelve imperceptible ese desdoblamiento entre me veo allí aunque esté aquí... Sin embargo, en ciertas circunstancias, el malestar vinculado a la imagen corporal pone en actividad esa suerte de entuerto estructural, aparentemente inocuo. Un entuerto que no se detiene en ese desdoble sino que se extiende a otro detalle: que cuando me quiero percibir, atrapar aquí donde estoy, no doy más que con aspectos parciales de mí... algo de mí mismo se me escabulle.

Que no tengamos conciencia de tal desdoble no nos ahorra que esté operando en nosotros invisible, silencioso, produciendo efectos. La experiencia clínica enseña que a nivel de la imagen corporal el malestar siempre está al acecho. Sentimientos de insuficiencia, de inestabilidad, de inconsistencia, aparecen una y otra vez en cualquier persona y están vinculados con esta cuestión estructural del ver-se y el desdoblamiento citado.

Eso mismo se manifiesta en otro tipo de fenómeno, tan habitual: la preocupación que tantas veces asalta a una persona respecto de cómo es visto por el otro, el que está allí. Eso que se ve allí incide en lo que creemos ser aquí.

La madre del borrego

Entonces: lo que Yo soy se empieza a jugar entre aquí y allí. Imaginemos el problema que representa para ese Yo (que si algo pretende ser es UNO mismo) encontrarse con esta división. Pensemos así en una persona que a su sentimiento de malestar se le sume la angustia de no saber la razón de tal afecto. Podrá entonces vislumbrarse cómo puede resultarle de gran alivio localizar en un punto preciso esa razón desconocida. Por ejemplo pensando en que el día que logre tener un cuerpo "mejor" (como el de tal o cual) entonces sí se sentirá bien.

Sólo una escucha terapéutica que prescinda de definir si el paciente tiene o no razón en verse como se ve, que soporte la ceguera de no poder saber antes que el paciente cuál es la razón de su sufrimiento, podrá acompañar y no obstaculizar al consultante en el camino que lo lleve a la verdad de su malestar. Esa verdad oscura que insiste en taparse con las evidencias del espejo.

Podrá acaso entreverse que el problema no es sólo de tajos quirúrgicos sino también de ciertos atajos terapéuticos que creen que es obvio y fácil de entender de qué está hablando alguien que dice "quiero otro cuerpo".

Lic. Guillermo Cabado



(1) allí se compararon las tasas de mortalidad de 3521 mujeres, de entre 15 y 69 años, que recibieron un implante mamario entre 1965 y 1993.