Saturday, December 24, 2011



Ahora que regresa el vinilo...


Lado "A"(los que no gustan del acento "psi" pueden ir directo al lado "B")

Cuento de año nuevo


"Traumatología"






El deseo no es anhelo.
Tan sencillo es decirlo,
como volverlos a empastar.



Lo venía anunciando, sin saberlo, cada vez que hablaba del aburrimiento de veinte años de hospital. Que no es aburrimiento sino sensación de no llegar. Que debería hacer más para crecer en su profesión. Que de nada le sirve conformarse con que ya-no-es-como-en-la-época-de-mi-viejo-ahora-la-medicina-la-practican-proletarios. Y en todo eso, dos veces, exactamente dos, como al pasar: "el otro día en mi franco ayudé a una amiga a vender carteras en unas reuniones que organiza con mujeres".

Tiempo después lo que era detalle toma la escena por asalto: "me estoy dedicando a la venta de carteras en casi todos mis días libres...". Necesita confesarme, así dice, que parecerá un delirio pero que jamás sintió con la traumatología la adrenalina y el placer que le llegan de lo oscuro cuando tiene a todas esas mujeres frente a sí, fascinadas por ese pasamanos de carteras y palabras. Sus palabras. Ha descubierto una danza erótica entre el cuero y su decir asediando el oído de sus clientas. No las suelta hasta hacerles sentir las ganas de comprar. "El deseo de comprar", dice ella.

Lo que sigue es su debate entre el valor y el furor. El valor de ser médica y el furor de esas misas que le oficia a las mujeres hasta que resignan la muralla y el dinero. ¿Cómo decirle al padre doctor que ella está haciendo lo que hace?.

Y en eso pasan los meses. Hasta que un día define sus amarras y su espada: "se van a la puta que lo parió mi padre y su medicina". Renuncia al hospital. Avanza sobre las ventas y el triunfo de lo que ella llama deseo: la doctora de ayer es la vendedora de hoy. Ya no hay pudor ni qué dirán, sólo una espada asestando un tajo seco en las sogas de "papá". Y la nave va.

Hasta que un día se encrespa el cauce: "me cuesta confesar esto... no sé si podré decírtelo". Pero dice. Desde hace algunas semanas padece de un impulso irresistible. Cuando sus clientas están absolutamente entregadas al vaivén de carteras en oferta, se aprovecha de sus gulas para abrirle la billetera a alguna distraída y robarle.

Después de esto no es fácil seguir hablando, me aclara. Su silencio se prolonga hasta que empieza un reproche flagelante. Que persiste. Un día, dos, tres. La espero. Y en eso estoy cuando le escucho: "¿quién hubiera dicho?... ¡dejé la medicina para convertirme en carterista!". Repito "carterista" y corto la sesión de psicoanálisis.




Desde entonces han pasado semanas. Varias semanas. Hoy, en la última sesión del año, me cuenta que se siente menos triste. Por cierto, ya no roba. No por moral sino por falta de tiempo: "carterista" la ha tenido muy ocupada. Como un animal sonoro una y otra vez esa palabra ha venido desgarrando la superficie lustrosa de lo que se daba por ya escrito y entendido de su anhelo. El de la medicina de ayer, el de las carteras de hoy. Ya a esta altura "carterista" no es palabra sino tajo. Éste sí verdadero tajo.

Preocupada por los deseos que no se anima a pensar para el brindis de fin de año, de repente me dice:
"Estoy más loca que una cabra. Ahora que me quedé sin padre y medicina empecé a fantasear con volver a la profesión".

"¿A cuál?", le pregunto.

"A la medicina, obvio".

"Por eso: ¿a cuál?", vuelvo a preguntar.

Calla, asiente con la cabeza, suspira: "¿habrá otra?".

Su pregunta es el filo que corta la sesión. Cae y rueda por el piso el silencio que nos queda. Resuena, reverbera. Ni ante un brindis inminente el deseo se reduce a cuestiones del anhelo, sus historias con culpables, sus convidados de piedra.


Lic. Guillermo Cabado


(las obras pertenecen a la pakistaní Shahzia Sikander)




Un comentario psicoanalítico sobre este cuento en:
http://cabado.blogspot.com.ar/2011/01/lo-saludable-segun-el-psicoanalisis.html


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Lado "B"


Cuento de Navidad
."OCRE"

Dedicado a Harvey Keitel y William Hurt,
a su lenta conversación
envuelta en la bruma de “Cigarros”




Un mes y diecisiete días es lo que demora en suceder una casualidad. Estuve en los jardines del museo un primero de noviembre por la mañana. El sol cosía verde con verde y las esculturas de la exposición tendían a la sombra. Entre todas ellas un hombre y una mujer permanecían sentados en un banco. Eran de plástico transparente y quien los diera a luz les había imaginado carne de hojas secas en todo el considerable cuerpo y cáscaras de mandarina en el músculo del corazón.

Un mes y diecisiete días es lo que demora en suceder una casualidad. El 17 de diciembre por la casi noche volví a encontrar a la pareja en la calle, lejos del museo y de Belgrano. Estaban como muertos, abandonados sobre un cesto para bolsas de residuos entre los árboles de la calle El Salvador. Cómo no reconocerlos. El con su cabeza como una gran nariz, ella con el mismo gesto insólito de ensueño. Dudé qué hacer. Quise llevármelos a casa, a pocas cuadras de allí, pero apenas levanté al hombre me di cuenta de cuánto pesaban esos desangelados. Fui a cambiarme de ropas, estaban sin bañarse seguramente desde hacía días, siglos. Regresé con ayuda casual: Daniela, de visita, aceptó colaborar sin hacer preguntas sobre esos seres.

Caben demasiados imprevistos en dos cuadras y media. Estábamos por llegar hasta la pareja sobre cesto de residuos cuando vi dos cartoneros avanzando en dirección contraria hacia el mismo objetivo. Empecé a correr desesperado por llegar primero. La calle es así: no abundan los encuentros ni los hallazgos, acaso sean lo mismo, y los codos son un buen recurso de las malas artes. Llegué a ellos. Para protegerlos tracé con mi torso un arco convexo sobre la perpendicular del cesto. Los hombres pasaron de largo con sus carros. Acaso el plástico no cotice como el cartón. O tal vez intuyeran las dificultades por venir. Yo no.

Descolgué al hombre de plástico y hojas. Tenía un olor espeso, como de muerto. En ese momento no me di cuenta de que ya lo había decidido: solamente lo llevaría a él. Dos hubiesen sido demasiado tamaño y demasiado olor para una casa. Lo cargamos tomándolo de las axilas y de las piernas. Ya nos íbamos cuando vi que el corazón estaba tirado en el piso. Se lo puse y emprendimos el regreso.

Caben demasiados imprevistos en dos cuadras y media. Por sobre la cabeza de Daniela vi de repente la luz azul y nerviosa de un patrullero detenido en la esquina. Presentí lo que iba a suceder: no pudimos pasar con el cuerpo sin evitar las sospechas policiales. “Buenas noches”. Buenas noches. “¿Qué le pasó?”. Miré al oficial. Era un modo discreto de preguntarle ¿qué le pasó a quién?. Entendió: “al hombre que está cargando”, me dijo. El aspecto de la víctima volvía agua entre los dedos cualquier respuesta que yo intentara.

Demorados, sin antecedentes pero sospechosos. Para peor un inesperado descubrimiento de los federales: el corazón aquel no pertenecía al hombre sino a ella. “¿Con qué fin le habíamos quitado el órgano cardíaco?”. Juro que sólo entonces vino a mi memoria la imagen de la pareja sentada en el jardín del museo Larreta: él apoyaba el brazo en el respaldo, la mujer inclinaba su cabeza hacia el hombro del varón. Y el corazón, naranja de mandarinas, como florecido, latía sobre su pecho, el suyo de ella. “¿Qué hace este tipo con ese corazón?”, insistió el hombre azul en la comisaría. Deseché el atajo de la pregunta como repuesta (“en las condiciones en que la encontré, ¿para qué podía necesitarlo ella?”).

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Abandono de persona. Robo de órganos. Imputaciones que no me dejaban pensar. Tampoco aún ahora logro argumentar. Este pesar no cede y no puedo saber si esa luz azul y nerviosa que no cesa de latir es la del patrullero que persiste o acaso sea la luz única con que decidí alumbrar este año el árbol navideño. Como sea, el hombre de carne de hojas ocre está sentado junto a mí. Y en el silencio de esta noche su imagen me mantiene despierto: ¿qué hace un hombre con el corazón de una mujer?.
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diciembre de una navidad
Guillermo Cabado


(la escultura en cuestión fue presentada en el Museo Larreta en la muestra “Esculturas en el jardín XII”, se tituló “Corazón de mandarinas” y su autora Carlota Petrolini; fue la única obra plástica de las muchas que vi durante el año de esa navidad, que reencontré en la calle. “Cigarros" es esa encantadora película basada en un guión de Paul Auster y que recomiendo mirar para calentar el alma)