Saturday, March 21, 2015


25 - Nozarashi

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NOZARASHI
(INTEMPERIE)

* capítulo 25 / el final *


Un juego de verano
en el jardín japonés.

(a Ricardo Rodríguez Ponte, 
de cuyo apasionado trabajo 
hallarán esquirlas desperdigadas 
a lo largo de estos breves capítulos)

CAPÍTULO 25

Llamé a la casa. Reconocí la voz de la madre y corté. Pero me sentí un imbécil. Volví a llamar, volvió a atender, le dije "¿está Celina?" e hizo un silencio. 

Supe que reconoció mi voz:  

- Espere un momento

Y fue interminable

- Hola, ¿quién habla? 

Al fin Celina estaba del otro lado de la línea.

- Hola Ce


Ella también reconoció mi voz. Me preguntó si era yo, le dije que sí y nos quedamos callados. 

Retomé la iniciativa con la inquietud que provoca verificar lo inevitable: lo que fuera, no estaba siendo como antes. Le dije que quería verla. Calló. Al fin me preguntó, cuidándose de no resultar brusca, "¿para qué?".

- Es breve, pero necesito hablar un par de cosas que... me permitan cerrar 

Eché mano a esa fórmula con tal de convencerla. Dudó, al fin dijo "supongo que está bien... ya pasó bastante tiempo". 



Me preguntó dónde. Me sorprendí al decirle "en la casa de té del jardín japonés". No lo preví. Es que no imaginé que iba a resultar tan sencillo dar con ella. Demoró en responder...

- ... ¿En el jardín japonés?

- Dale

La escuché vacilar pero terminó diciéndome que sí. 



Fueron dos días hasta llegar a esta cita. Y los comencé asustado. Le pedí a mi analista si podía darme una sesión. Necesitaba aclarar mi mente. Quería verla. Sabía que detrás de todo esto estaba mi deseo de reconquistarla. Fui a análisis y hablé. Mucho. De ella. De mí. De nosotros cuando era ayer. De mis errores. Me reproché amargamente no haber hecho lo suficiente, ahora estaría con ella y no penando. Pero él me interrumpió:

- Nada de lo que entonces no hiciste la traerá de regreso ahora

Escuchar eso me destrozó. Rompí en un llanto desesperado. En un momento logré preguntarle entre ahogo y ahogo:

- ¿Por qué estás tan seguro?

- Porque nada de lo que hiciste en el pasado va a explicarnos cómo fue que te empezó a querer

No sé qué sucedió pero me calmé. Había algo en eso, aunque no terminaba de entenderlo. Le hice algunas preguntas que, ante su silencio, intenté responder yo mismo. De repente dijo:

- Para seguir con tu imagen del jardín zen: la causa del amor y del desamor es... digamos... esa roca que el rastrillo de tu voluntad no va a dominar jamás 

Hizo una pausa, supongo que esperó a ver qué decía yo; al final agregó:

- Lo cual no quita que juegues tu apuesta.


***
Elegí la misma mesa cuyo ventanal da a la roca a la que me aferré el día en que Alcides me contó todo el proyecto Tanaka. Estuve una hora antes de lo convenido para decirme que después de tantos meses el jardín japonés ya es mi casa. Eso podría serenarme

La vi entrar. 

Estaba tan linda. El diálogo fue breve. Supe enseguida que no se movería un milímetro de su posición de responder lo mínimo y necesario. No me hizo preguntas. A los cinco minutos estaba desarmado. Me contuve de llorar. Entonces fui al único punto en el que me podía instalar sin pedirle permiso:

- ¿Qué hiciste con Roberto?. ¿Lo trajiste acá?

- ¿Acá??? - su sorpresa me pareció genuina

- ... Me dejaste una cantidad de pistas. Todas apuntaban hacia aquí

- ¿Qué pistas?


Le enumeré los signos que yo había encontrado en su carta y en los libros escritos, cortados. Meneó la cabeza:

- Te debo una disculpa... A Roberto me lo llevé por un impulso. La verdad es que en ese momento no sabía qué iba a hacer con él. Así es que  se fue quedando en una pecera en casa... pero una mañana, pobrecito, lo encontré flotando en la superficie. Te juro que lo cuidé como siempre pero...

- ¿Qué hiciste con el cuerpo? - la interrumpí sobresaltado

Se desconcertó. Yo también, pero reaccioné rápido:

- No. No importa. Olvidate de eso... 

- Disculpame. Dada la situación no me dio para avisarte nada

- La situación... 

Nos quedamos en silencio. Ya sin fuerzas le pregunté: 

- ¿Pero entonces vos no me quisiste dejar ninguna pista, ningún mensaje?

Me miró con tristeza mientras negaba con la cabeza. En los minutos siguientes la vi alejarse cada vez más aunque permanecía allí conmigo. 

Estiré el puño: "morra" le dije. Ella estiró el suyo como en otros tiempos, o más o menos. Al abrir el mío extendí dos dedos y mi jugada fue "cinco". Pero ella no pudo. O no quiso. Bajó el brazo. Me dio un beso en la mejilla. Tenía sus ojos llenos de lágrimas. "Ya está bien", murmuró. Y la vi irse sin voltear siquiera una vez en todo el camino que lleva a la salida del jardín.


Pasaron algunas horas y aún sigo sin poder levantarme de la mesa. Sólo atiné a sacar mi portátil, abrir un post y empezar a escribir. Pero cada intento ha sido un fracaso. Lo único que sigue en pie es una frase que no es mía y que alguien me hizo llegar en algún momento de estos meses interminables:

"La mujer es más recóndita
que el camino por donde 
en el agua
pasa el pez"

Es de Oscar Masotta. No es un haiku por cierto, pero está escrita desde la misma intemperie.


Guillermo Cabado



FIN

Las primeras cinco imágenes son de la obra "Pileta de natación" que el artista argentino Leandro Erlich expuso en este 2012 en el museo "Siglo XXI" de arte contemporáneo en Kunazawa, Japón. El mismo artista expuso hace tiempo atrás en la Fundación Proa de Buenos Aires una instalación llamada "El consultorio del psicoanalista".

La sexta imagen pertenece a una obra del artista japonés Fujiko Nakaya, definida por el mismo como una escultura de niebla. 

La última es una fotografía de André Kertesz titulada "Día lluvioso en Tokyo".

La frase es el epígrafe con el que Oscar Masotta abría su libro "El modelo pulsional" y me fue enviada oportunamente por el Lic David Berman, a quien agradezco la delicadeza de su lectura. Al no estar entrecomillada y no haber ubicado otra referencia a la misma, presumo que es de su autoría. Para quien quiera acceder al libro, hacer clic aquí

Por último, el juego de manos en cuestión, la morra, traerá a algunos los ecos de uno de los últimos seminarios de Lacan, su endiablado título, su causación en el oyente de una sed de escribir para poder leer.





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