Monday, January 11, 2016


ONCE VECES DE ENERO
(Capítulo 11; y final)





Hugo se levantó temprano, tomó la talla del día anterior, corrió todos los objetos arrumbados sobre el baúl y en ese mismo barrido sintió vez por vez el dolor de su herida. Apoyó la poco agraciada pieza de nogal y comenzó a inventarse una coreografía alrededor de la talla. Esa noche cantaba ella en el bar e iba a querer regalarle eso que le había nacido de los dedos, del ensayo y del error. Y, por qué no, bordear la madera con luciérnagas de Buster Keaton.

La música flotaba en el aire. Y en la carne del aire empezaron a clavarse como guijarritos las palabras de su tío del día anterior: aquello de la foto que jamás se incendiara. Pasó aún un rato antes de que él se diera cuenta de que esa imagen le resultaba familiar.

Abrió una vez más el libro, recorrió las llamadas a pie de página y la teoría de la amante se volvió insostenible. "¡Qué pedazo de tulipán el tío!...  el tipo resultó tener letra de mina!". Cada letra de aquella tercera voz empezó a resignificarse para Hugo mientras se reía de su frase.

Recordó entonces una de las pocas imágenes que perduraban de su abuelo: el modo como de rulo de viruta con el que caía la cáscara de las manzanas sobre el plato cuando las pelaba al final del almuerzo. Esa lentitud de la cáscara que lo obligaba a la espera cuando él sólo quería levantarse de la mesa y salir a jugar.

Encontró entonces lo que hubiera querido decirle a Dante el día anterior: una historia, una historia que no fuese una colección de buenas fotos sino tan sólo un surco zapado en el aire para que el tiempo pueda deslizarse.



Retomó su baile hasta que de repente se sintió un imbécil: por primera vez desnudo, el baúl le enseñó su cerradura. Surgió entonces la idea más evidente y hasta ahora ausente: tras el ojo para una llave, siempre se dibuja su delotrolado. Buscó con qué abrir. Cada movimiento le recordaba la dentellada que le había pegado la herramienta el día anterior. Esa noche tal vez podría llevarle a ella algo mejor que su fracaso de madera: una talla de Adolfo.

Quiso agitar el considerable baúl sólo para saber si acaso allí adentro... No había modo de saberlo. Tomó un cincel de entre las herramientas y buscó el martillo. Su mente regresó por un instante a lo anterior: un surco donde el tiempo corra, porque tal vez en las historias haya un hilo frágil pero cierto que en ellas se reconoce a pesar del peso cotidiano de la vida.

Al fin encontró el martillo. Apoyó entonces el cincel sobre la cerradura. Mientras levantaba el brazo pensó en cuál sería su propio hilo. En pocas horas en el cielo de la noche se recortaría la luna llena de ese once de enero tan pleno de su nombre. Del nombre de ella.

Guillermo Cabado

 


(todas las fotos fueron tomadas entre Montevideo, principalmente, y Colonia)
(Los GIFs pertenecen a obras vinculadas con Pina Bausch)


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